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Ser cuerpo femenino 

La sexualidad, como la concebimos desde este espacio de observancia, invita a organizarnos socialmente para la vida plena y el cuidado de la Red de la Vida, conformando redes de afecto y de cuidado colectivo entre las personas. Ver mas.

Ser cuerpo femenino 

Andrea Ortiz

En un ambiente de violencia dentro de la universidad pública, solapado por consignas y colores, en el que han destacado voces de mujeres víctimas de múltiples formas de violencia, expongo cómo veo esta situación. Lo cierto es que las distintas violencias se encubren bajo un pacto patriarcal o dentro de la normalización de las mismas, y así aunque gritemos a todo pulmón nuestras denuncias caen a oídos sordos y ojos vendados por el patriarcado.

El rojo, negro y amarillo son colores que representan una línea “gerrinche” que se usa dentro de espacios de política estudiantil. Quizá Marx no fue explícito para decir que la lucha revolucionaria y la coherencia del discurso debían ser obligatorios o que la violencia interna busca salidas justificándose en citas de libros para enmascararla, reproduciendo así el macho promedio, sumamente violento para el transitar de los cuerpos femeninos.

Quizá algunos mártires no supieron explicar bien que lo personal también es político y que esa ideología de guerra que muchos predican va en la línea machista falocéntrica y patriarcal, la cual sigue siendo la prédica diaria en espacios de política o mal llamado movimiento estudiantil, que inculpa a las mujeres y las manipula para no denunciar ya que la revictimización es inevitable, arrebatando así costras de heridas que quizá comenzábamos a sanar.

Cuando los discursos políticos estudiantiles se hacen públicos pero carecen de un falo que los sostenga, entonces son deslegitimados, se recurre a la violencia, a los gritos, se alza la voz, se insulta, en tanto esos machos del rojo, negro y amarillo rechazan las voces femininas. Quizá dentro de estos espacios la palabra violencia aún contenga una fuerza siempre y cuando sea usada contra un Estado o un detractor, pero no cuando se manifiesta contra cuerpos femeninos.

Las violaciones sexuales, la objetivación de nuestras cuerpas, así como el silencio de los mismos violadores y sus cómplices se solapan bajo discursos patéticos de “revolución” y el cómodo rojo, negro y amarillo sirve para camuflagearse y así reproducir esas prácticas. Quizá la nula educación sexual recibida, en la que la prédica del consentimiento está casi desaparecida del diálogo, es la justificación.

Históricamente se nos han negado esos espacios de poder. Así lo describió en 2017 la OEA: “Tanto por actos como juicios continuos contra las mujeres en los medios de comunicación, principales perpetradores de violencia simbólica que, basados en prejuicios y estereotipos, socavan la imagen de las mujeres como líderes políticas eficaces; los mensajes violentos y las amenazas que reciben muchas mujeres que ocupan cargos públicos a través de las redes sociales, que a menudo afectan también a sus familiares; constituyen solo algunos de los terribles actos de violencia que enfrentan las mujeres, por el hecho de serlo, en el ejercicio de sus derechos políticos. Tristemente, esta región ha llegado incluso a ser testigo del femicidio de mujeres por el hecho de participar en política”.

Espero que con estas reflexiones muchas mujeres que quieran estar en espacios políticos universitarios se preparen para asumir con valentía este despojo normalizado hacia nosotras o que esos rojos, negros y amarillos reflexionen sobre esa normalización de la violencia y que de una vez por todas nos dejen vivir nuestro actuar político desde la paz. Vale entonces recordar lo que una enorme amiga dijo: ¿De qué nos sirve un movimiento estudiantil rancio y violento, que tiene como prioridad al hombre hetero-cis como sujeto político?

Sin puritanismos, los espacios de política estudiantil ahora son de nosotras.

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